Wenceslao Marcial Guillén, Wen

Wenceslao Marcial Guillén, Wen
Fundador de Los Panfleteros de Santiago

sábado, 24 de abril de 2010

Panfletero publicará sus memorias Escrito por Angela Peña


http://www.hoy.com.do/areito/2010/3/5/316477/ReportajePanfletero-publicara-sus-memorias


Mensaje No. 1014 del Grupo Yahoo "Los Panfleteros de Santiago"
del 6 de marzo del 2010.



Homero Herrera Velásquez fue panfletero.
Hoy/Rafael Segura
Foto 1 de 2
5 Marzo 2010, 7:28 PM
Reportaje
Panfletero publicará sus memorias
Escrito por: ÁNGELA PEÑA

“Muchos años después oí hablar de los panfleteros y yo mismo no sabía quiénes eran, habiendo sido uno de ellos. El nombre se lo puso despectivamente Johnny Abbes, en La 40”.

Homero Herrera Velásquez hace el comentario luego de contar la historia de su participación en la confección de los volantes contra Trujillo que circularon en el Cibao el 16 de diciembre de 1960, fecha en que cayeron algunos de los distribuidores. A Wenceslao Guillén, Wen, líder de este aguerrido grupo de adolescentes de Santiago, a Enrique Perelló y a Manuel Bueno los apresaron el 21 de enero. Jamás se supo de Wen.

Homero es un discreto, sencillo, silencioso sobreviviente, el amigo entrañable de infancia, adolescencia y vecindario de Guillén que estuvo junto a él hasta la misma noche de su detención. Posee un espíritu revolucionario que se manifestó también cuando escondió armas para la guerrilla de Manolo Tavárez, luchó en la guerra de abril y fue la persona de confianza de Virgilio Perdomo, de Los Palmeros.

A ruegos, porque odia el protagonismo, habla de “Los Panfleteros” con la autoridad que le confieren sus reuniones con el rebelde jefe de aquellos intrépidos que se congregaban secretamente en la casa 38 de la calle “General Valverde”, domicilio de Wen, quien habilitó un sótano bajo la terraza, sacó dos bancos en tierra, en medio colocó una mesita para el trabajo secreto y excavó un hoyo para esconder.

Además formaban el inseparable cuarteto Manuel Bueno y Rafael Fermín (Fello). Sólo entre ellos estaban enterados de la trama. “El único que conocía a todo el mundo era Wen, conocíamos como conspirador a Enrique Perelló pues un día le llevamos hasta pólvora”, relata.

El ex servidor público que trabajó 31 años para el Estado y aún espera una pensión, se mantuvo encerrado, vigilado, durante meses. Interrumpió sus estudios secundarios y aunque se alimentaba bien, rebajó 17 libras porque sentía “una tensión terrible”. Cuando volvió al liceo Ulises Francisco Espaillat dejaba a su madre la llave de su armario y al regresar la encontraba en la galería de su casa de la Máximo Gómez 45, “esperándome con el temor de que no regresara”.

De sus compañeros siempre tuvo la esperanza de que estuvieran vivos. Pero sufría viendo “a Paula Tineo, a doña Carmela y a otras madres y familiares dando viajes por las cárceles. A Manuel lo soltaron y un tío lo dejó en “Ciudad Trujillo” unos meses. Cuando retornó a Santiago, comenzamos a ir juntos al Liceo”, refiere.

Probablemente Homero es el único que conserva uno de los volantes que con tal esmero ayudó a imprimir. Domingo Cepeda lo escondió durante 50 años y se lo obsequió antes de morir.

Las osadas experiencias de Homero, que quizá deba su vida a la influencia de un tío trujillista, piensa, están contenidas en el libro “Vivencias de un panfletero de Santiago” listo para la imprenta. Relata cómo surgieron y se formaron, redacción del peligroso documento, el error por el que los descubrieron, cómo se salvaron algunos de la muerte, la distribución y otros detalles de los que ofreció avances.

Nació el 7 de abril de 1942 en Santiago, hijo de Horacio Herrera Bornia y Dilia Velásquez. Está casado con Milagros Chez, madre de sus hijos Homero Eliseo, Virginia Adela y Daiva Dilia.

El “Panfleto”. “Nos reuníamos en el parque Duarte y Wenceslao nos decía a Manuel Bueno y a mí cosas que oía de fuera, de los exiliados. Yo tenía 16 años, ya Wen estaba en la secundaria y Manuel y yo en la Intermedia México. Al año siguiente los tres estábamos en La Normal”, manifiesta.

Era 1958, Wen les fue “abriendo la mente”. Aunque desde pequeños jugaban pelota, Guillén llevaba tres años a Homero y cinco a Manuel.

“Decía ¡Abajo Trujillo!, por las noches y algunos se iban. Ya desde el extranjero pedían que escribieran “CT” (Contra Trujillo) en las paredes y donde pudieran. Wen llenó el liceo y los sanitarios de eso, y Manuel el laboratorio de Biología”. A partir de entonces sólo les permitían hacer sus necesidades fisiológicas vigilados por “los profesores Román y el teacher Tolentino”.

Pasada la expedición de 1959 “el pueblo comenzó a despertar” y Wen les anunció que harían los volantes. Dirían: “¡Viva la Revolución. Abajo el tirano. Libertad o muerte!”. Y al dorso: “Con perdón de la expresión: Trujillo es un mierda”.

Firmaba UGRI (Unión de Grupos Revolucionarios Independientes). Los chicos sugirieron a Wen eliminar la literatura de la parte de atrás porque se interpretaría como “cosa de muchachos, y porque si nos descubrían nadie quedaría vivo”. –Eso es lo que yo quiero, para que les pique- replicó el arriesgado estudiante que mandó a conseguir un clavo grande para machacarle la punta, linóleo, carbón, aceite, unas tablitas y moldes. Tomaron la tinta y la almohadilla de un tío de Homero, que había sido juez civil, Wen redactó el texto principal, Manuel perfeccionó las letras y escribió el otro. “Fello llevó hojas de maquinilla, que se partieron por la mitad”.

Homero pormenoriza preparación, hora, distribución y una advertencia de Wen: “Ni tú ni Fello van a tirar volantes”. Cincuenta años después, comenta: “Ahora comprendo por qué: nosotros éramos los que sabíamos todo”.

Wen ordenó que no tiraran panfletos en la casa de un identificado antitrujillista, pero le desobedecieron “y el hombre se mandó para la policía creyendo que era un gancho”. A Homero se lo confirmó años después la persona que recibió el suelto. Fue el primer fallo, atribuido al grupo de Nibaje, primeros en caer presos.

Otros panfleteros sobrevivientes que Homero conoció después son Pedro Sánchez Bourdierd, Regino Pepín, Rafael Colón y Rafael Benedicto.

Estas revelaciones son pocas comparadas con lo escrito en el libro. Otras son incógnitas despejadas, nombres de más actores de ese hecho que llevó dolor a Santiago. Las fotos que lo ilustran son inéditas, como el panfleto que ruega no reproducir. “No puedo adelantarlo todo”, reitera.

viernes, 23 de abril de 2010

"Mi lucha terminó con Virgilio". Escrito por Angela Peña.


Testimonio de Homero Herrera publicado con el No. 1032 en el Grupo Yahoo "Los Panfleteros de Santiago" el 27 de marzo del 2010.

Areito
Reportaje
Escrito por Ángela Peña

"Mi lucha terminó con Virgilio".



Homero Herrera Velásquez no sólo fue depositario de las armas que llevarían
los guerrilleros a Manaclas, las que se utilizarían en Santiago para apoyar la
revolución de abril y de la pistola personal de Virgilio Perdomo, amigo
entrañable con quien compartió secretos días antes de que el revolucionario
cayera en combate. También es el que atesora detalles desconocidos de la
resistencia en el Cibao desde el trujillato hasta la eliminación de "Los
Palmeros" en 1971.

Sobrevivió como "Panfletero" pero siguió la lucha contra los remanentes de
la dictadura. Él, Virgilio y Manuel Bueno constituían un trío inseparable de
rebeldes. Su vivienda de la avenida "Máximo Gómez" 45 fue refugio
clandestino de líderes y combatientes por la libertad.

Con asombrosa exactitud recuerda nombres, direcciones, situaciones, fechas.
Cuenta de las reuniones de Manolo Tavárez, los martes en la noche, en la
calle "General Cabrera" 3, donde vivía Virgilio, que era "como el
cuartel general" del 14 de Junio.

"Virgilio me dijo un día: tienes que alejarte, no volver para que no te
quemes pues vas a ser el contacto para la loma", narra. Entonces fue
recibiendo emisarios con diferentes propósitos. El primero fue un hombre
bonachón de aspecto campesino: "El guajiro", que sirvió de guía al
alzamiento en San José de las Matas.

Paradójicamente, este decidido revolucionario que con ejemplar coraje impulsó
en Santiago tantos movimientos contra la represión, es en extremo pacífico.
"No participé en hechos armados", manifiesta al referirse al asalto al
cuartel de Villa González, pero con el exiguo salario de empleado público,
obsequió a Virgilio la pistola negra que le costó 50 pesos.

Por ser tan reservado y silencioso, Virgilio le encomendaba misiones peligrosas
y confiaba en él sus proyectos. Él estuvo en la casa de "Titico Luna" en
la calle "Santome" cuando Manolo se escondió en "La Hidalga" antes de
su salida al combate.

Tuvo en sus manos el radio "Sentra transoceánico de ocho bandas" que
llevarían los soldados y fue testigo de las armas que se escondieron en el
aljibe del patio de Virgilio y en la casa de Nelson Viñas, en la calle
"Cuba". Homero también conservó las suyas: "armas largas, una cañón
corto y otras que no tenían culatas, que completaban unos alambres". Virgilio
y Sóstenes Peña Jáquez, relata, se encargarían de la guerrilla urbana.
Desconoce por qué fracasó.

Homero también sabía de los cartuchos, alforjas y mochilas que se prepararon
en la casa de Leonardo Sánchez. "Aquello era un hormiguero humano". El día
de la masacre en Manaclas explotó una bomba casera en casa de Virgilio. Homero
protegió a su camarada, acogido por José Antonio Hungría, padre de Georgina
y Laura, que se reunían con Homero y Perdomo en la vivienda de éste último.
"Lo escondió en un closet y cuando la policía se presentó dijo que su casa
había que respetarla, que tenía dos hijas y dos hermanos generales.

Tras el frustrado alzamiento recibió la llamada de la madre de Virgilio:
"Aquí está Bacho, pero esta casa la allanan dos veces al día, quiero que te
lo lleves, pero en coche, porque no puede caminar". Raúl Pérez Peña había
sobrevivido en el frente de Altamira. Homero lo recogió y se conmovió al
verlo. "Estaba flaco, sucio, sólo se le veían los ojos, olía a monte y
apenas podía moverse. Estuvo 22 días escondido. De allí salió repuesto, con
buen ánim".

La guerra y Los Palmeros

Para muchos, los santiagueros fueron indiferentes a la guerra de abril. Homero
lo desmiente con el testimonio de sus encuentros en la fortaleza San Luis y en
la Aviación con Abraham Méndez Lara y Marcos Jorge, requiriendo armas para el
combate, junto a la multitud. Virgilio le dejó instrucciones y dos AR-15.

En la 30 de Marzo con Salvador Cucurrullo se reunió gente de "La Línea"
con bombas molotov. Pueblo Nuevo y La Joya se les unirían pero un disgusto
entre los comandantes locales frustró sus acciones, afirma. "La Aviación no
estaba con el pueblo, plantó los tanques en la pista para que no saliera
ningún avión. No pudimos llegar, desde el puente nos hicieron devolver".

Dice que estando junto a Leonardo Sánchez se presentó el guerrillero Luis
Peláez anunciando: "Por la autopista están bajando cuatro tanques" y que
regresaría en la tarde en un jeep. No volvió.

Como "bloquearon" participar en la revolución, "pensamos en extenderla
a San Francisco de Macorís, la fortaleza era fácil de tomar", comenta.
Homero sería el contacto entre Sóstenes Peña Jáquez y uno que buscaría las
armas con "un chele doblado" como contraseña, pero fueron delatados.
"Virgilio tenía una cédula con el nombre de "Luis José Martínez",
fue apresado y a Sóstenes lo fusilaron. Al grueso, que bajaría de la
capital, lo devolvieron".

Ya en libertad, Virgilio se llevó las armas a Santo Domingo pero siempre iba
donde Homero para sus reuniones con cuadros de Bella Vista, Los Pepines,
ensanches Libertad y Espaillat. "En cada barrio tenía gente, después no
apareció nadie", expresa.

El 31 de diciembre de 1971, Homero fue visitado por un joven apodado
"Monchy": Virgilio quería verlo con urgencia. Le dio hora y dirección y
Homero viajó al otro día. Detallista, relata la travesía y hasta el sabor de
los dulces que le trajo, el encuentro, la estricta seguridad que rodeaba al
"Palmero" quien según la descripción de Homero era un arsenal andante.

Le interrogó y por las preguntas, Homero dedujo después que buscaba lugares
estratégicos para esperar a Caamaño. Tras dos horas de conversación en Las
Américas, Homero fue recogido y llevado a un punto del Distrito. Fue la
despedida final.

Virgilio también se movía por el Cibao pues después de su caída, un amigo
contó que lo saludó en Santiago disfrazado: “Tú no has visto nadaâ€�, le
advirtió el intrépido luchador.

Herrera abandonó la política con la muerte de su amigo. Miguel Cocco lo
comprendió cuando al pedirle colaboración Homero le contestó: “No, mi lucha
terminó con Virgilioâ€�.

Wen: el panfletero:. Escrito por Angela Peña


Testimonio de Thelma viuda Guillen y sus hijos Naro y Nino, publicado en Grupo Yahoo "Los Panfleteros de Santiago" con el No. 1030.

Areíto
Reportaje
Escrito por Angela Peña

Wen: el panfletero



"Yo envejecí con el dolor, viajando a las cárceles los jueves y domingos. Nunca tuve miedo. Adoré a mi hijo desaparecido y cuidaba los que me quedaron porque pensaba que detrás de él podían llevarse otro. Hablaba, insultaba a Trujillo y sus esbirros, pero en medio de mi angustia encontré mucha gente que vino a consolarme".

Thelma Gómez Taveras rememora esos trágicos momentos cincuenta años después del fatídico 15 de enero de 1960 cuando vio a su hijo por última vez. A las diez de la noche fue a buscarlo un alcahuete identificado como agente del departamento de robos, advirtiendo que el joven había comprado un reloj robado.

Él no usa prendas-, replicaron sus padres. Pero el desalmado insistió en interrogarlo y se lo llevó frente a la madre y los sorprendidos hermanos. El papá se negaba a dejarlo ir pero sólo le permitieron acompañar al precoz revolucionario hasta dos esquinas adelante donde aguardaban los sicarios en uno de los aterradores "carritos cepillo" de esa "Era" tenebrosa.

Wenceslao Marcial Guillén, Wen, se erigió en líder de un aguerrido grupo de muchachos de Santiago resueltos a desenmascarar las atrocidades del régimen de Trujillo. Fue el ideólogo de la redacción y circulación de un volante que estremeció la República y enfureció sobremanera al sátrapa calificado en la hoja suelta como "un mierda".

Estudioso, honrado, discreto, valiente hasta la temeridad, conquistó decenas de adeptos que en células de tres secretamente formadas en los barrios se unieron a su causa. Salvajemente los asesinaron prácticamente a todos en la cárcel "La 40". Su familia jamás tuvo noticias de este mártir despectivamente bautizado por sus opresores como "jefe de los panfleteros".

Thelma y sus hijos Bernardino (Naro) y Paulino (Nino) recuerdan en este luctuoso aniversario pasajes de los pocos años que compartieron con el vástago mayor, nacido el 28 de septiembre de 1939. Otra hermana es Aridia. El padre, fallecido, se llamaba Ricardo Guillén.

La noche que fueron a buscarlo, Wen presentía su destino. Por eso fue al aposento a ponerse camisa y se despidió del hermano segundo: "Naro, a lo mejor no nos vemos más".

Probando el dolor. Estudió en la Iglesia Adventista, la escuela "Generalísimo" y cursaba cuarto de bachillerato en el liceo Ulises Francisco Espaillat cuando lo asesinaron. Estaba tan inmerso en los estudios que nadie sospechaba de los recortes de prensa antitrujillista que guardaba en el baúl, las emisoras extranjeras que escuchaba en las madrugadas, el refugio que preparó para, en unión de Manuel Bueno y Homero Herrera, redactar el documento que le costó la vida.

"Los vi un día trabajando con madera en alto y bajo relieve y me echaron: ¡Vete!", cuenta Naro. La abuela lo observó en diferentes momentos temblando mientras hacía contacto con cables eléctricos, como si se preparara para las torturas, y en una ocasión en que fue al dentista frente a la iglesia San Antonio, le pidió que no usara anestesia para hacerle una extracción. "Usted va a sacarle una muela a un hombre", dijo al asombrado profesional.

Taciturno, con estatura de más de seis pies, caminaba cabizbajo, narran, y juró que no levantaría la cabeza hasta que no mataran a Trujillo. "Quedó medio encorvado", afirman.

En 1960, cuando se lo llevaron, faltaba un año para que Wen se hiciera bachiller. "Decía que se iba a enganchar a cadete porque a la fiera había que matarla desde el vientre".

Aguilucho, criaba gallos y gallinas y vendía espuelas. Había días en que subía a Nino en sus hombros y lo llevaba al "Play". Le enseñó a amarrarse los zapatos.

Después de aquel adiós forzado por la guardia trujillista, Wen no retornó. Thelma viajó a Santo Domingo, islas Beata y Saona, Montecristi, Puerto Plata y otros pueblos del país en busca del hijo cuyas actividades eran del dominio del régimen. "Ellos sabían su vida y la de todos nosotros", refiere esta dama valerosa, íntegra, a la que Minerva Mirabal aconsejó no perder las esperanzas.

El Presidente Bosch asignó pensiones a cada madre, Thelma no la aceptó al igual que rechazó el apartamento que le ofreció Balaguer. "No voy a cobrar por la muerte de mi hijo, él dio su vida por la Patria", alegó.

Wen, el "panfletero" olvidado, sin tumba ni homenajes aunque se anunció que se designaría una calle en su memoria, fue esperado durante años por la abnegada mujer. Todavía piensa que lo verá llegar, manifiesta. "Yo fui una ilusa, y aún creo algunas veces: cuidado si está vivo". Pocos choferes se atrevieron a transportarla. Hoy expresa gratitud para los pocos que expusieron su vida llevándola esperanzada por todas las prisiones. "Nunca lo di por muerto", exclama detallando la infinidad de listas de presos que revisaba.

"Por compañeros de cárcel sobrevivientes supimos que a los panfleteros los eliminaron y no los llevaron muy lejos de "La 40" , siempre se ha dicho que los tiraban en La cementera, el mar, La Incineradora, pero muchos coinciden al decirnos que los carritos salían con los cadáveres y regresaban seguido", expresan los Guillén.

El intrépido Wen no asumió compromisos sentimentales para no decepcionar a la que correspondiera a su cariño pues contó a su hermano que tenía dos novias."Se llamaban, decía, Patria y Libertad".

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Sáb, 20 de Mar, 2010 9:34 am

''De Pueblo Nuevo sólo yo quedé vivo''. Escrito por Angela Peña

Mensaje No. 1023 del Grupo Yahoo "Los Panfleteros de Santiago"
Testimonio de Jose Rafael Colón.

Areíto

Escrito por Angela Peña

''De Pueblo Nuevo sólo yo quedé vivo''



Trujillo se llenó de ira al decirle que él era un mierda, y se lo decían
unos muchachos. ¿No había matado a Galíndez? ¿No le puso una bomba a Rómulo
Betancourt? Los que nos salvamos somos dichosos que no salimos locos de la
cárcel, las torturas, los golpes, el terror psicológico.

José Rafael Colón, único sobreviviente de "Los panfleteros" de Pueblo
Nuevo, Santiago, confiesa desconocer "qué lo protegía" pues fue
introducido a patadas a la fortaleza San Luis donde le rompieron una costilla,
luego trasladado a "La 40" y en los interrogatorios le quebraron un ojo y
varios huesos, lo apretujaron desnudo junto a 72 presos para llevarlo a "La
Victoria" "y yo le pedía a Dios que chocáramos para que la gente viera".

Vivió los horrores de "El Coliseo" y "El pasillo de la muerte" de la
mazmorra trujillista donde compartió con jóvenes de sus mismos ideales aunque
de posición social superior. Él era un pobre analfabeto que había sido
limpiabotas, vendedor de torta, helados "Marión" en palito y peón de
albañilería.

Pero a los 18 años tenía clara conciencia de lo que era la dictadura de
Trujillo, "cuando un guardia maltrataba un civil hasta por no tener la
cédula, en la escuela nos poníamos mercurio y nos amarrábamos un pie para
aparentar una herida porque el par de zapatos había que dividirlo con otro
hermano, las madres dormían con sus hijos en el suelo o en catre, no había
comida ni pobre que tuviera dos pantalones. El padre que lo crió ganaba 27
pesos recogiendo basura.

Esa realidad llevó a Colón a aceptar la propuesta de Simón Díaz de
participar "en un grupo contra Trujillo". Se reunían en la calle Anacaona
esquina Enriqullo, en el dormitorio "Brisas de la Palma" donde vivía
Simón, a escuchar emisoras extranjeras con mensajes del exilio. Simón era
estudiante pero Colón no aprendió de letras pese a que lo inscribieron en la
escuela "Peña y Reynoso" porque "era demasiado pobre".

Nació en "La Joya" el 19 de junio de 1934, hijo de Armando Peña y Ana Rita
Colón, pero ya tenía 28 años, mujer y un niño cuando asumió el peligroso
encargo de distribuir el suelto cuyo texto recita de memoria.

"Como el siete de enero de 1960 Simón y yo salimos a regarlos a las nueve
de la noche. Los dejamos en el estadio Cibao, y en las calles de los ensanches
Bermúdez y San Rafael (Bolívar)", narra mientras gesticula la acción.
“¡Viva la Revolución dominicana! ¡Abajo el tirano! Con perdón de la
expresión: Trujillo es una mierda", enfatiza que expresaba.

De Pueblo Nuevo, donde su tía Justina Colón lo llevó a vivir muy niño,
también regaron "panfletos" "Herminio Polanco, Ramón Ozoria, José
Armando Díaz Hernández (Chichí), Francisco (Ule) Liz y Enrique Pérez Simó
(Quiquito), recuerda.

Como si nada"¦ "Regresamos a nuestras casas como si nada pasara. El 12 de
enero agarraron a Herminio y lo soltaron tres días después, le dije a
Simón: debemos tener cuidado, puede ser un gancho". Continuó la
persecución. A Simón lo apresaron el 17. Colón no se ocultó para no levantar
sospechas pero fue requerido el 20 por un supuesto amigo apellido Disla, cuenta,
quien le encargaría un trabajo, pero lo abandonó en la "avenida María
Martínez" (luego Central y hoy 27 de Febrero) y ahí lo recogieron los
esbirros.

En La 40 ó La Victoria encontró a José Tallaj, Pedro Jaime Tineo,
"panfletero que era maestro"; Marcelo Bermúdez, "Rodrigote, a quien vi
los gusanos transitando por los huesos del espinazo", Fafa Taveras,
Macarrulla, Fefé Valera, José Lázaro Gil Castillo, Ramón Antonio Gómez
Hernández, Chiche Puig, Ángel Russo Gómez, Ramito Número Dos, de San Juan de
la Maguana y otros". Recibió torturas de Johnny Abbes, Candito Torres,
Clodoveo Ortiz, manifiesta.

No sabe cuáles circunstancias motivaron que sobreviviera. Tal vez que sabía
cocinar y lo encargaron de preparar el alimento de los presidiarios. Quizá el
traslado temprano a La Victoria o posiblemente haber sido analfabeto, como aún
lo identifican compañeros.

Le preguntaron si conocía el documento que pusieron frente a sus ojos y
respondió que sí. "En Santiago muchos pulperos dan volantes a los muchachos
para que los rieguen por diez centavos. Si tiré ese, no sé lo que dice,
creía que era un anuncio de un jabón", respondió. "Parece que ellos se
tragaron la píldora", comenta.

El humilde Juan Rafael, que está casado con Julia Altagracia Goris y vio morir
a sus tres hijos; Víctor, Rita y Rafael Armando, dice que en el patio de la
ergástula, Fafa Taveras le confió: "Hagan la declaración como les dé la
gana, que a todos sus compañeros los mataron anoche". Ahí fue que tuve la
idea de decir que no sabía leer ni escribir".

Indultado meses después, asegura que la intención era matarlos "uno a uno y
empezaron por Camilo Disla, panfletero, y Eusebio Villamán, del 14 de Junio. Yo
me salvé porque donde quiera iba con mi niño cargado". O probablemente
influyeron las fotos de Trujillo, su hermano Negro y su hijo Ramfis que colocó
en la cédula donde le faltaban sellos. "Cuando la patrulla me pedía la
cédula se la pasaba confiado en que no me iban a llevar preso. En La 40 la
veían y me veían a mí y como que pensaban: Coño, éste es trujillista, no
sabiendo".

Siente aún dolor por los encuentros en las cárceles con las madres a las que
no pudo comunicar el destino de sus vástagos y por la marginalidad que
soportó hasta el ajusticiamiento. ""me paraba en una esquina, podía haber
siete y me dejaban con el poste de luz".

Hoy, todavía desvalido, siente la satisfacción de "haber contribuido al
derrocamiento de Trujillo, porque los panfleteros creamos conciencia contra el
régimen. Nos tienen al menos porque éramos pobres, pero los que quedamos vivos
se lo debemos a que nos confundieron con los del 14 de Junio. De haberlo sabido,
nos hubieran eliminado a todos".

En síntesis

Vivir para contarlo

Por su arrojo muchos jóvenes de Santiago pagaron con la vida el haber
distribuido panfletos por la ciudad en contra de la sangrienta dictadura de
Trujillo. Los pocos sobrevivientes del exterminio dispuesto por el tirano
interpretaron de diferentes maneras el hecho de haber quedado con vida pues la
maquinaria de represión era implacable.

© Periódico Hoy

sábado, 17 de abril de 2010

MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO (y II). Por José Jordi Veras R. Abogado.

http://diario55.net/?6/1147

José Jordi Veras R.

José Jordi Veras R. Abogado.
jordiveras@yahoo.com



1.

MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO (y II).

La semana pasada tratamos en una primera entrega sobre el asunto de los Panfleteros de Santiago, la experiencia de nuestro padre y las distintas obras que al respecto ha escrito. Asimismo, establecimos que en tiempos álgidos como lo que hemos estado viviendo en nuestra sociedad es para que de una vez y por todas iniciemos los cambios necesarios. Tal como decíamos en esa oportunidad, este país se hace necesario que construyamos una nueva sociedad con hombres y mujeres nuevos. Es preciso que en el ambiente en que puedan crecer los hijos e hijas de los buenos y buenas dominicanas, sea totalmente diferente a lo que hoy estamos viviendo y que ha sido el resultado de años y años de deterioro y descomposición social.

En su reciente obra sobre los jóvenes y compañeros luchadores santiagueros, “Los Panfleteros de Santiago, torturas y desaparición”, establece el testimonio de muchos que sobrevivieron a la cárcel de la 40 y vivieron las atroces torturas de los Panfletistas.

El doctor Julio Escoto Santana, sobreviviente de los centros de torturas de la dictadura de Trujillo, ha dicho: “Una noche, después de la consabida y diaria tandas de golpizas nocturnas, algunos vieron que sacaban unos sacos que luego se supo contenían los cuerpos ya ahorcados, electrocutados o acuchillados de jóvenes que no llegaban a los veinte años; más de dos docenas de esos adolescentes, llamados “Los Panfleteros de Santiago”, fueron ahorcados igualmente con un aparato llamado el tortor y luego los tiraban en la cama de muna camioneta que mantenía su motor encendido, o dentro de las llamadas perreras que utilizaba la policía en sus redadas. En medio de ese lúgubre espectáculo, se oía la risa y la burla de los que, momentos antes, habían asesinado a esos jóvenes inocentes”.

Si bien es cierto que no estamos viviendo hoy bajo el yugo de una dictadura, sin embargo, las consecuencias y los efectos de no haber conllevado un verdadero aprendizaje o la imposibilidad que ha tenido el pueblo dominicano de hacerlo, por muchas razones, ha traído como producto y resultado la sociedad podrida en que viven nuestros hijos e hijas. Es por lo anterior, que estamos de acuerdo con el Licenciado Rafael Emilio Yunén, que en su opinión sobre la obra mencionada, indica lo siguiente: “Esta obra también debiera constituirse en motivo de lectura y reflexión en todas las escuelas del país para contribuir a la formación de una verdadera conciencia libertaria en nuestros estudiantes”. “La escuela dominicana, los medios de comunicación y muchos adultos contemporáneos pretenden olvidar estas horrenda prácticas represivas cuando juzgan a la ligera la dictadura pasada”. “Esto contribuye, de manera bastante penosa y peligrosa, a que la mayoría de los adolescentes de hoy no puedan hacerse una idea objetiva de los brutales niveles de crueldad humana que fueron desarrollados durante los años trujillistas, tanto por aquellos sepulcros blanqueados que ordenaban o silenciaban las torturas, los crímenes o desapariciones, como por aquellos energúmenos encargados de ejecutarlos”.

No tienen desperdicios las palabras enunciadas por el intelectual y académico Yunén, si realmente y de corazón deseamos formar un niño, niña, joven, hombre, mujer y adulto, con valores y criterios distintos a la porquería que estamos viendo como estandarte y esteorotipo, tenemos que buscar la manera en que los noveles y jóvenes de hoy sepan y conozca lo que es asumir dignidad y valentía en su vida y su proceder. Que sepa que no todo lo que ve hoy en nuestra sociedad donde se le muestra que lo fácil y mediocre es el camino a seguir, que el robo, la estafa, el encubrimiento, el miedo, la corrupción, el narcotráfico, las drogas, no son malas porque sí, sino, porque reduce el ser humano y lo hace menos ante Dios y sus iguales.

Debemos impregnarles a nuestros hijos e hijas que esta patria y este país deben tener dolientes, que debemos rescatar esos ejemplos históricos como los mencionados y defenderlos por encima de todo. Ya esta sociedad hace tiempo que se resquebrajó y está llorando a gritos que la salvemos del hoyo en que está, no podemos ser indiferentes y pensar que otros que están no lo han hecho ni lo harán, porque medran en ese fango de forma fácil y cómoda. Asumamos el compromiso de que nuestros hijos e hijas crezcan con esperanza y orgullo en un país renovado.

17 de Abril, 2010
06:11 AM

jueves, 15 de abril de 2010

Inauguran plaza en honor a Los Panfleteros de Santiago

Al centro, el síndico José Enrique Sued Sem, junto a otras autoridades edilicias y representantes de Los Panfleteros de Santiago, en cuyo honor se construyó la plaza, en la cual el Gobierno local invirtió alrededor de 22 millones de pesos.
Ayuntamiento inaugura plaza a Los Panfleteros de Santiago

Por Marilyn Ventura

Con un costo de más de 22 millones de pesos, el Ayuntamiento del Municipio de Santiago inauguró la remodelada avenida Hermanas Mirabal y la plaza en honor a Los Panfleteros de esta ciudad.
El acto contó con la presencia de líderes empresariales y ex luchadores antitrujillistas, quienes junto a sectores populares presenciaron el encuentro que encabezó el síndico José Enrique Sued Sem.
Con las gloriosas notas del Himno Nacional se dio formal inicio a la actividad, seguido de las palabras de bienvenida a cargo de Tomás Rodríguez, presidente de la Junta de Vecinos Profesor Pedro Jaime Tineo. Por su parte, el ingeniero Mauricio Estrella
AYUNTAMIENTO
motivó el homenaje a Los Panfleteros, quien dio paso a las palabras de Negro Veras.
Sued dijo sentirse complacido no solo por entregar estas nuevas obras al municipio sino por la presencia de connotadas figuras de la vida santiaguera y nacional.
"Hoy con la reinauguración de esta avenida y el monumento, estamos rindiendo un justo y merecido homenaje a los héroes y mártires de la patria, como los fueron, entre otros, las hermanas Mirabal y los llamados Panfleteros de Santiago", dijo el síndico de Santiago.
Carlos Mejía, hijo del luchador antitrujillista Ramón Mejía, del sector de Pueblo Nuevo, pronunció las palabras de gratitud en nombre de los demas familiares de Los Panfleteros. El historiador y director del Archivo Histórico Robert Espinal pronunció las palabras de clausura.
Durante el acto se destacon la presencia de personalidades del país como Daniel Toribio, administrador de Banco de Reservas, el empresario Poppy Bermudez, el presidente de la Asociacion de Comerciantes e Industriales de Santiago Luis Núñez, asi como de panfleteros sobrevivientes, Homero Herrera, Domingo Cepeda, Pedro Francisco Sanchez, y el doctor José Tallaj, conocido luchador antitrujillista.
La inversión municipal abarcó la pavimentación de los dos carriles de la avenida Hermanas Mirabal, asi como sus calles perpendiculares Arté, Pimentel, Anselmo Copello, Capotillo, 19 de Marzo y General Valverde.
Las instalaciones hoy día exhiben un remozamiento del bulevar, una fuente de agua con cascada, un monumento a los Panfleteros de Santiago, que es una estatua simbolizando una persona distribuyendo un panfleto, parque infantil, jardineras, bancos, iluminación completa y el equimamiento de otras áreas.

lunes, 12 de abril de 2010

Mensaje de Frank Taveras

Dario:

Hoy es un dia historico,a partir de esta fecha sale a la luz publica el espacio cibernetico el blog Los Panfleteros de Santiago,Honesta forma de honrar la memoria de esos martires y perpetuar su arrojo y valentia,rescatar del olvido tan noble y patriotica hazana.Sus valiosa contribucion en contra de la dictadura pagaron con sus vidas,por ello debemos honrar su memoria por siempre.
Atte. Frank Taveras

10 de abril del 2010
New York.

MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO. Por José Jordi Veras R.

http://diario55.net/?6/1138




José Jordi Veras R. Abogado.
jordiveras@yahoo.com


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José Jordi Veras R.

MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO.

Cuando nuestro padre decidió hace unos años publicar su experiencia y sus vivencias con relación al caso de sus compañeros de lucha de muchacho, específicamente con los panfleteros, en un inicio no comprendía el por qué y el gran valor que significaba para él escribir y dar a conocer en forma clara el sacrificio de sus amigos los panfletistas de Santiago.

Desde que decidiera recopilar la mayor parte de los artículos publicados desde el año 1981, en un libro que se tituló “Los panfleteros de Santiago y su desafío a Trujillo” hasta hace poco que hiciera realidad su segunda obra con el título “Los Panfleteros de Santiago, torturas y desaparición”, en esta le da participación testimonial a una serie de personalidades que estuvieron en La 40, en el momento en que todos estos muchachos de ideales progresistas, fueran salvajemente asesinados, como fueron: Luís Gómez Pérez, José Tallaj, Wenceslao Vega, José Antonio Constanzo, Julio Escoto Santana, Rafael Cucuyo Báez, Rafael Valera Benítez, Francisco Adolfo Bello Franjul, José Israel Cuello, Ramón A. Blanco Fernández, Freddy Bonnnelly, José Peralta Michel, Leandro Guzmán, entre otros.

En un país como el nuestro se hace necesario que construyamos una nueva sociedad con hombres y mujeres nuevas. Necesitamos que nuestros hijos e hijas no crezcan con el vacío de hechos y sucesos que ocurrieron en nuestra historia reciente y que son parte fundamental de lo nuestro. Hoy, cuando vemos a nuestro padre llevando a una que otra escuela sus experiencias de vida y las vivencias de sus amigos y compañeros de lucha y las inquietudes y cuestionantes que deja en la mayor parte de los jóvenes estudiantes es para expresar que existen motivos de esperanzas y de orgullo para decir que no todo está perdido y que aún tenemos tiempo de encaminar este país por mejores senderos que los actuales.

Hemos querido aprovechar esta vía para en varias entregas presentar ciertas experiencias enunciadas por quienes fueron testigos de lo ocurrido a los mozalbetes de edades de 15 a 21 años que se atrevieron a desafiar a Trujillo con sus panfletos.

De los pocos sobrevivientes, Manuel Bueno, expresa respecto a uno de sus compañeros, de nombre Enrique Perelló, lo siguiente: “Enrique se fue reduciendo hasta convertirse en una miseria humana”. “Sus gritos estridentes los profería, tanto a través de la ventanilla, como dando pasito cortos y nerviosos a lo ancho y largo de la pequeña celda”. “De ninguna manera hubiera podido sentarse un solo instante, puesto que, además de lo excesivamente inflamado que tenía el testículo herniado, la totalidad de su esquelético cuerpo se hallaba cubierto de llagas”. “Heridas abiertas en surcos cruzados por los latigazos que supuraban pus y gusanos, y estaban llenas de mierda”. “Lo sentaron en la silla eléctrica; le dieron corrientazos con las picanas; lo azotaron inmisericordemente con los güebos de toro hasta caer inconsciente al suelo; lo sumergieron en la bañera romana llena de agua con vinagre para conducción de la corriente eléctrica; y por último, como no hablaba ni que lo voltearan al revés, mandaron a buscar a Guillén, el cocinero, para que con su cuchillo boto de mondar, le arrancara los cojones”. “No dijo ni pío y tuvieron que dejarlo medio muerto porque no pudieron con él”. Esta narración espeluznante, no es parte de una ficción, sino que ocurrió y es parte de nuestra historia, que no debemos olvidar, aunque sí conocer. Hasta la otra entrega.

10 de Abril, 2010
11:18 AM

domingo, 11 de abril de 2010

La perversidad sin límites del trujillismo

http://www.hoy.com.do/areito/2010/4/10/321072/La-perversidad-sin-limites-del-trujillismo



Alejandro Paulino inventarió los folletos. Juan Bosch.
Hoy/Rafael Segura.
Foto 1 de 2
REPORTAJE
10 Abril 2010, 9:21 PM
La perversidad sin límites del trujillismo
Escrito por: ÁNGELA PEÑA

Son el mejor ejemplo de la perversidad y el descrédito. Servidores de la dictadura, y el propio Trujillo, pusieron de manifiesto una excepcional capacidad para el invento mórbido, la mentira sarcástica contra hombres y mujeres dignos que tuvieron el valor de oponerse al ignominioso régimen.

Mentes preclaras pusieron pluma y cerebro para desprestigiarlos y calumniarlos en todos los idiomas, distribuyendo el contenido insultante e infundioso por el mundo, especialmente por países donde los patriotas denunciaban con valentía los atropellos de la satrapía.

Nunca antes se había publicado tal cantidad de folletos cargados de veneno y falsedad.

Los exiliados, según estas páginas infames, eran homosexuales, pederastas, cobardes, degenerados, bohemios, vagos, repugnantes, terroristas, criminales, locos, enfermos sexuales, fracasados, ignorantes, vacíos, analfabetos, aventureros, traidores, comunistas… Todos los bajos epítetos ofensivos contra la integridad y la decencia quedaron impresos en cientos de cuadernillos que sobrevivieron a la tiranía de Trujillo como demostración del grado de alcahuetería de sus autores y de la intolerancia de un gobierno que no perdonaba a quien se le opusiera o denunciara sus crímenes.

No sirven para conocer la historia porque su esencia es falaz. Tal vez sólo son útiles para apreciar hasta qué grado de difamación y calumnia pudieron llegar los que tan magistralmente crearon esos textos despreciables.

Publicados o auspiciados por el Partido Dominicano, se conservaron en un depósito del Archivo General de la Nación. “Se hizo un inventario y llegaron a la cantidad de 69 mil ejemplares. Es posible que de cada título haya alrededor de 200”, significó Alejandro Paulino, encargado de la Biblioteca, bajo cuyo control están las obras.

En pasadas direcciones se vendieron a bajo precio y en poco tiempo se suspendió el negocio. Otras gestiones fueron regalándolas. Ésta no va a obsequiarlas, anunció Rafael Darío Herrera, Asistente Ejecutivo. “No promoveremos la información contra luchadores antitrujillistas”.

Antes, agregó, el Archivo General de la Nación era usado como elemento de coerción, ahora su función es “democratizar la información, no difundirla sabiendo que está llena de odio. No divulgaremos documentos que lesionen la integridad y la moral de las personas y menos de luchadores por la democracia”. Manifestó Herrera que la folletería trujillista permanecerá en el organismo.

Títulos. “Mis relaciones con el Presidente Trujillo” contiene cartas y artículos de prensa que Carmita Landestoy escribió al “ilustre y querido Jefe” antes de declararse desafecta. Aparte de la correspondencia personal, le enrostraron trabajos elogiosos que la dama escribió en la revista “Hogar” y en “Prédica y acción”, de su propiedad. Después, ella publicó “Yo también acuso”.

Figuran, además, “Juan Isidro Jiménez Grullón, El terrorista cobarde”, por Tomás Hernández Franco; “Rómulo Betancourt, Amenaza Roja en América (Estudio sobre la penetración comunista en Venezuela)”; “La biografía vergonzosa de Juan Isidro Jiménez Grullón”.

Se escribieron varios contra Germán Emilio Ornes en diferentes idiomas; contra Bosch: “Juan Bosch, El cuentista del cuento”; otro dedicado a Pericles B. Franco Ornes; un Discurso de Trujillo revelando planes de “invasión” basado en informes desde Venezuela, Cuba y Guatemala, en 1949.

También “Algunas verdades sobre Castro”, por J. B. Mattheus; “Las acusaciones contra Trujillo, Campaña de odio contra la República Dominicana”, por J. Penzini Hernández que expresa: “Los dos tifones políticos más violentos de los últimos tiempos han partido de las costas de New York y Cuba hacia el Caribe contra el gobierno de la República Dominicana. El blanco de las acusaciones es la persona del Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina, el hombre-defensa del sistema insular del Norte de América”. Es de 1956.

Otro es “La traición de Sebastián Rodríguez Lora y Oscar de Moya Hernández”, con introducción de Telésforo Calderón, Secretario de Estado de la Presidencia. De A. Domínguez Navas es “Encrucijada”, contra Rómulo Betancourt, y de Pompilio Lugo es “Alfredo Victoria, Chacal de Jacagua”. Virgilio Díaz Ordóñez escribió en 1955 “In praise of an Era” y Gastón Baquero uno en contra de Galíndez. Hay también otros escritos por Germán Emilio Ornes.

Hay un “Mensaje de los estudiantes universitarios de la República Dominicana a los estudiantes universitarios de América”, laudatorio al Generalísimo, que firman los que cursaban las carreras de filosofía, derecho, medicina, farmacia, ciencias químicas, cirugía dental y ciencias exactas.

Francisco Prats Ramírez dio a la luz “Sigue su vieja aventura el viejo aventurero Ángel Morales”, con calificativos denigrantes y manifiesta insensibilidad para con el activo combatiente.

En “Dos procesos de nuestros anales criminales”, tres tomos publicados por Manuel González Rodríguez, ex juez de instrucción, están los interrogatorios, condenas, fotos, de Juan de la Cruz Alfonseca, Ramón de Lara, Rafael Ramón Ellis Sánchez, Eduardo Vicioso, Oscar Michelena Pou, Buenaventura Báez Ledesma, Ulises Pichardo Pimentel, José Selig Hernández, Abigail del Monte, Manuel Joaquín Santana, Mario Emilio Andújar, Dionisio Frías Guerra, Wilfredo Santiago, Víctor Campusano, Federico Cordero Díaz, Juan José y Dionisio Caballero, Severino Peña, Eulogio Victoria Medina, Ramón María Lora Báez, Manuel Lugo, implicados en una trama para “cambiar el gobierno, excitar a los ciudadanos a armarse contra la autoridad legalmente constituida y provocar la guerra civil”. Muchos fueron “indultados por la magnanimidad del Jefe del Estado”.

Uno de los que aparece como autor de más folletos es “J. A. Osorio Lizarazo”.

sábado, 10 de abril de 2010

MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO. Por José Jordi Veras R

http://diario55.net/?6/1138

José Jordi Veras R.

José Jordi Veras R. Abogado.
jordiveras@yahoo.com

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MOTIVO DE ESPERANZA Y ORGULLO.

Cuando nuestro padre decidió hace unos años publicar su experiencia y sus vivencias con relación al caso de sus compañeros de lucha de muchacho, específicamente con los panfleteros, en un inicio no comprendía el por qué y el gran valor que significaba para él escribir y dar a conocer en forma clara el sacrificio de sus amigos los panfletistas de Santiago.

Desde que decidiera recopilar la mayor parte de los artículos publicados desde el año 1981, en un libro que se tituló “Los panfleteros de Santiago y su desafío a Trujillo” hasta hace poco que hiciera realidad su segunda obra con el título “Los Panfleteros de Santiago, torturas y desaparición”, en esta le da participación testimonial a una serie de personalidades que estuvieron en La 40, en el momento en que todos estos muchachos de ideales progresistas, fueran salvajemente asesinados, como fueron: Luís Gómez Pérez, José Tallaj, Wenceslao Vega, José Antonio Constanzo, Julio Escoto Santana, Rafael Cucuyo Báez, Rafael Valera Benítez, Francisco Adolfo Bello Franjul, José Israel Cuello, Ramón A. Blanco Fernández, Freddy Bonnnelly, José Peralta Michel, Leandro Guzmán, entre otros.

En un país como el nuestro se hace necesario que construyamos una nueva sociedad con hombres y mujeres nuevas. Necesitamos que nuestros hijos e hijas no crezcan con el vacío de hechos y sucesos que ocurrieron en nuestra historia reciente y que son parte fundamental de lo nuestro. Hoy, cuando vemos a nuestro padre llevando a una que otra escuela sus experiencias de vida y las vivencias de sus amigos y compañeros de lucha y las inquietudes y cuestionantes que deja en la mayor parte de los jóvenes estudiantes es para expresar que existen motivos de esperanzas y de orgullo para decir que no todo está perdido y que aún tenemos tiempo de encaminar este país por mejores senderos que los actuales.

Hemos querido aprovechar esta vía para en varias entregas presentar ciertas experiencias enunciadas por quienes fueron testigos de lo ocurrido a los mozalbetes de edades de 15 a 21 años que se atrevieron a desafiar a Trujillo con sus panfletos.

De los pocos sobrevivientes, Manuel Bueno, expresa respecto a uno de sus compañeros, de nombre Enrique Perelló, lo siguiente: “Enrique se fue reduciendo hasta convertirse en una miseria humana”. “Sus gritos estridentes los profería, tanto a través de la ventanilla, como dando pasito cortos y nerviosos a lo ancho y largo de la pequeña celda”. “De ninguna manera hubiera podido sentarse un solo instante, puesto que, además de lo excesivamente inflamado que tenía el testículo herniado, la totalidad de su esquelético cuerpo se hallaba cubierto de llagas”. “Heridas abiertas en surcos cruzados por los latigazos que supuraban pus y gusanos, y estaban llenas de mierda”. “Lo sentaron en la silla eléctrica; le dieron corrientazos con las picanas; lo azotaron inmisericordemente con los güebos de toro hasta caer inconsciente al suelo; lo sumergieron en la bañera romana llena de agua con vinagre para conducción de la corriente eléctrica; y por último, como no hablaba ni que lo voltearan al revés, mandaron a buscar a Guillén, el cocinero, para que con su cuchillo boto de mondar, le arrancara los cojones”. “No dijo ni pío y tuvieron que dejarlo medio muerto porque no pudieron con él”. Esta narración espeluznante, no es parte de una ficción, sino que ocurrió y es parte de nuestra historia, que no debemos olvidar, aunque sí conocer. Hasta la otra entrega.

10 de Abril, 2010
11:18 AM

EL RECUERDO DE SU VOZ por Manuel Bueno

Tomado de “Cárcel y guerra”

(De una Cárcel de TRUJILLO a un comando de abril)

Escrito por Manuel Bueno,

Editora Taller 1991















EL RECUERDO DE SU VOZ





“Ahora si me jodí”, pensé la noche que me dejaron absolutamente solo. “Esperar mi turno con serenidad”, me dije para consolarme. Entonces fue cuando comprendí lo que era una solitaria. Solo con mis pensamientos, mis temores y mis recuerdos. Los primeros días de cautiverio, entre gritos, torturas y maldiciones, el tiempo tenía otra medida. Cada día traía sus propias alternativas: interrogatorios, latigazos y aberraciones; nuevos conspiradores que llegaban y viejos torturados que se iban para siempre. Instantes eternos entre un corrientazo y el siguiente; la cadencia acompasada del “güebo de toro” al cruzar las espaldas desnudas y los teclazos esporádicos de los escribientes. Música de fondo a todo volumen al unísono de los motores encendidos de los “cepillos” para acallar los estertores de los moribundos. Todo se sucedía en una secuencia mucho más rauda que el ritmo de la respiración.



En el silencio de la solitaria sólo se advertía la tibieza de los fantasmas, y el aroma impenetrable de la muerte. A veces, interrumpido por el silencio por el toque de diana, se oían las notas lejanas de “Salón Méjico” en los ensayos de la banda policial, al compás de los latidos del corazón.



¿Dónde estarían a esa hora Wen y el Alemán? ¿Qué sería del profesor Tineo y del negrito Prud’homme? ¿Vivirían todavía Ucho Capri y Díaz Hernández? ¿Serán de ellos todos estos espíritus que vienen a visitarme?



Al principio me cagaba del miedo, me engurruñaba acostado en el suelo frío y me cubría el rostro con los brazos. No soportaba que me oprimieran los hombros, que me halaran los pies. Me estremecía y contrariaba que me acariciaran la nuca. Sin embargo, siempre agradecí que una de estas almas en pena, compadecida de mi soledad y mi tristeza –dijo en casa se acercó mí para consolarme y me dejó tranquilo al notar mi sobresalto-, fue la que llevó sosiego a mi afligida madre diciéndole que me encontraba triste y solo, pero a salvo.



Estando allí, solito con mis pensamientos, me puse a pensar, por primera vez, en los míos que habían quedado atrás. En mi madre, con atención especial. Porque mi padre podría estar roncando a esas horas, pero mi madre sin duda alguna, estaría desvelada y con los ojos hinchados de tanto llorar. Fue entones cuando quise hacer este trato conmigo mismo: “Ya que han pasado todos estos días y no he podido llorar por mí, y mi madre sí lo ha hecho, luego déjame llorar por ella”. Hice todo el esfuerzo, pero no pude. En cambio, sí brotaron de mis ojos dos lágrimas furtivas cuando pensé que me iría de este mundo sin conocer el amor: “Tantas chicas buenas y bellas en mi pueblo, en el vecindario y en la escuela, y no llegar a querer a ninguna de ellas”.



Aquí fue cuando reparé en Francisco, el prisionero de la celda vecina. Era la segunda solitaria del pasillo. La mía era la primera y daba frente a la escalera. Oí su voz llamándome a través del postigo. O mejor dicho, llamando a ver si quedaba alguien con quién hablar. Liz era el compañero que más hablaba con Francisco, a veces. Díaz Hernández también habló con él. Yo nunca quise acercarme a la puerta a hablar con nadie, excepto al sargento Valerio, quien, aparentemente, me distinguía. Supimos de la existencia de Francisco para los días eternos de los gritos eternos de Enrique. En varias ocasiones se asomó a rogarle que se callara.



Para mí, la voz refrescante de Francisco llegó como una bendición. Inmediatamente dejé de sentirme solo y me incorporé de un tirón a contestarle. Le dí los buenos días y mi nombre. También tuve que darle los nombres de mi padres, de todos mis hermanos. De mi novia no pude decirle nada, lugar de procedencia, año escolar, motivos de mi prisión, etcétera. Todo me lo preguntó. Me hizo más preguntas en sólo diez minutos que todas las preguntas que me hicieron en “La 40” durante dos horas continuas de interrogatorios. Pero era reconfortante. Luego habló de él, de su familia. Francisco era un gran conversador. Habló con cariño y nostalgia de su esposa y de sus niños. Del tercero que ya venía de camino. De cómo cayó preso: “Fue por una delación”, me dijo. Su mujer era española, campesina como él, y vivían muy felices en una casita de la colonia agrícola de Baoba del Piñal. Me contó cómo la conoció, trabajando de peón para su padre, un gallego testarudo, pero muy buena gente. Pronto lo quiso como a un hijo y lo llenó de consejos. Bueno y malos, a escoger.



Al día siguiente ya éramos grandes amigos y la conversación tomó un giro trivial. Pronto me dí cuenta de que él debía contentarse con relatar sus pequeñas vivencias, sus tormentos. Pero así y todo, no era lo mismo que quedarse uno callado, doblemente encerrado entre cuatro paredes y en la soledad de los pensamientos. Me encantó que me contara –y me pareció comerlo-, acerca de aquel dulce de leche pura, amasado en forma de huevo y dejado cocinar, por quince días, dentro de un coco de agua, sellado, en a caldera de un ingenio. Me contó lo de una cocaleca que él preparaba en base a granos de arroz y ajonjolí unidos con miel de abejas, de unos yaniqueques rellenos con picadillo de pechuga de colibrí de cómo cochinillo manso se convirtió en cochinillo jíbaro de cómo ratoncito Pérez cayó en la olla por la golosina de la cebolla de cómo las gentes del camino pusieron de mojiganga al hombre, al niño y al burro de la perrita traidora que le comía la comida a doña Dora de cómo María estaba lavando y se le acabó el jabón y así por el estilo hasta toser y luego volver a toser para entonces despedirse, ronca la voz, con un ‘’Hasta luego’’.



Cada mañana, sin anuncio previo, a una hora determinada, nos hallábamos ambos, cada cual detrás de sus barrotes, iniciando un diálogo cualquiera. Reíamos, celebrábamos, chismeábamos y, a veces, muy queda la voz, pero sin aspavientos, uno de los dos sabía que el otro sollozaba, embriagado por los recuerdos.



El veintinueve de enero, como a la una de la madrugada, dormía. Rudos golpes en la puerta de madera me estremecieron. Eran los toques fatídicos y las voces fatídicas de los que venían a buscarme. Los mismos toques y las mismas voces que vinieron a buscar a Enrique, a Liz, y por último, a Díaz Hernández. Era. Al fin, mi turno.



Me ordenaron salir al pasillo y así lo hice. A ponerme la ropa, y repliqué que cuál ropa, si desnudo como estaba me habían trasladado desde ‘’La 40’’. Entonces, los dos calieses intercambiaron miradas, se encogieron de hombros y uno de ellos masculló al subalterno que así no podrían llevarme, que debían regresar a buscar alguna prenda y que volverían luego. Un soberbio empujón, y de nuevo al calabozo.



Ya no pude dormir más. De ninguna manera hubiera podido hacerlo, pues Francisco, despertado por el bullicio, estaba en su puesto. Y cuánto le agradecí, y le seguiré agradeciendo, que en esos postreros momentos me quisiera entretener con sus fantásticos cuentos. No valía que el sargento, desde la casa de guardia, le ordenara hacer silencio. Hubiera tenido que azotarlo, amordazarlo o guardarlo más adentro. Y así se pasó las horas, contándome muchos cuentos. La mayoría repetidos, pero al fin, sus grandes cuentos. Hasta que volvieron los hombres con una camisa de muerto.



‘’Ahora si me jodí”, dije para mis adentros. Abierto el cerrojo, salí al pasillo con la frente erguida y las rodillas temblando, tanto del frío como de miedo. Me puse la camisa a cuadros que me alargaron y, mientras la abotonaba, Francisco hasta su puerta, no tanto para un último adiós, sino para acabar de conocerlo, pues su voz me era ya íntima, pero no así su mirada ni la sonrisa que mi imaginación fue construyendo.



Un pescozón, en mitad del oído derecho, me hizo detener el paso y retomar conciencia de la realidad. “Adiós, Francisco’’, le dije desde lejos y él me respondió: ‘’Hasta luego’’.



Desde aquí, hasta los años venideros, la historia se sigue escribiendo, pues yo salvé el pellejo y me pude dedicar a contar todos mis cuentos. Pero no tuve sosiego, pues mi querido Francisco, o por lo menos su voz, quedó eternamente impregnada en mis adentros.



La voz de Francisco, sonora, risueña, juvenil, limpia y sin matices de engaños ni desalientos, me persiguió para siempre. La comparaba cotidianamente con las voces de los nuevos amigos que fui adquiriendo, pues a mis viejos amigos, los amigos del Jefe lo mandaron al infierno. Se m parecía, a veces, las voces de muchas de las novias que entonces desfilaron en mi elenco. A la voz hombruna de mi esposa, cada vez que se ponía tierna y cariñosa. A las voces de mis chiquillos, chillando al jugar conmigo, según fueron creciendo.



A la voz de Francisco, su voz nítida y clara, de timbres musicales y de corte perfecto, la perseguí yo por mucho tiempo. La anduve buscando en todos los conciertos. En la plaza, en el teatro y en los cementerios. En el cine, en los supermercados y en el resto del comercio. Confiaba, y hasta soñaba, que al voltear la cara en el preciso momento de escuchar y reconocer mi voz, llamándome por mi nombre, rodeado de su mujer, de sus hijos y su suegro, ahí estaría Francisco, confundido en un abrazo con su antiguo vecino carcelario, su compañero.



Así pasaron los años: la voz de Francisco persiguiéndome a mí, eternamente, y yo angustiado, en continua y obsesiva persecución de su voz.



Cierta mañana de finales de diciembre, mi nuevo amigo Arturo, el del porte perpetuo de pavo real de los tiempos del comando, y de una hermosa voz para el canto (ya viejo amigo con el paso de los años), me invitó a acompañarle en uno de los viajes rutinarios de inspección que le exigía su trabajo. Y, coincidencialmente, por primera vez en mi vida, caímos en Baoba del Piñal, o mejor dicho, en lo que quedaba de la antigua colonia agrícola de españoles fomentada por el Jefe.



Sin decir media palabra me fui separando de Arturo, me fui desplazando por aquí y por allá, preguntando, discretamente, donde podría encontrar a un pobre campesino, a un obrero del arroz llamado Francisco, casado con una españolita hija de un gallego de la colonia; así nada más, Francisco, sin otro nombre y sin apellidos, pues se desvanecieron de mi memoria con la misma lentitud que se fue desvaneciendo el sublime recuerdo de su voz. Desde luego sabía, tenía la certidumbre, de que, luego de encontrarme frente a mi viejo amigo y yo me identificara y él me abrazara y me hablara, su voz resurgiría dentro de mí con la misma frescura, con la misma intensidad, con los mismos matices límpidos y juveniles que acariciaron mis oídos en aquellos cruciales momentos.



Así llegué, de casa en casa, hasta una casita bien parecida a la que Francisco me describió en sus delirios. Me detuve a observarla y me brincó el corazón. No había duda alguna: esta erala casa de Francisco. Y, sin más titubeos, procedí a tocar. Toqué con cierto nerviosismo, pero toqué firme para que se me oyera. Esperé bastante tiempo y nadie respondió. Volví a tocar más fuerte y seguí esperando. Iba a tocar una tercera vez y, entonces la puerta se abrió.



Apareció una señora pequeña, muy blanca, de pelo gris y ojos tristes, pero de mirada muy serena. Era más vieja que la mujer a la cual Francisco describía, con su voz, desde la solitaria que para entonces era su morada. Pero, sin duda, era ella. Y todavía muy bella.



Entonces, sin más preámbulos, me dispuse a preguntarle si hablaba con la esposa de Francisco, y, no sé como pude recordar lo que me dijo, si fue que me desplomé al contestarme, que, desde hacía mucho tiempo, antes de que naciera la niña que le dio su primer nieto, ella no era más la esposa de Francisco, sino su viuda.