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Manuel Armando Bueno, escribió un libro titulado “Cárcel y guerra” (De una Cárcel de TRUJILLO a un comando de abril), Cuentos, y de el hemos tomado y transcrito el capítulo EL ANALFABETO, que hace referencia a José Rafael Colón, Fellito, un panfletero de Santiago y quién actualmente reside en La Herradura, Santiago. Tambien,Manuel Bueno hace mención que para esa fecha faltaba Luis Prud-Homme, El Negrito.
Según cuenta Colón, él fue detenido el día 20 de enero del 1960 y llevado a la Fortalea San Luis, de Santiago donde recibió la primera tortura en horas de la noche y trasladado a La Cuarenta el día siguiente 21 de enero del 1960. Allí llegó cerca de las nueve de la mañana hora en que comenzó a recibir su segunda "pela".
En el libro Complot Develado aparece su foto en la página No. 168 con el nombre de Ramón Antonio Gómez Hernández tambien panfletero de Pueblo Nuevo, cuya foto aparece en la página 340 del mismo libro, con el nombre de José Rafael Colón. Se considera que por el gran parecido de ambos se intercambiaron erroneamente los nombres.
DN
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Tomado de “Cárcel y guerra”
(De una Cárcel de TRUJILLO a un comando de abril). Cuentos.
Escrito por Manuel Bueno,
Editora Taller 1991
EL ANALFABETO
Fellito fue el último en llegar, o mejor dicho, el penúltimo, porque faltaba Prud’homme, el Negrito. De todas formas, para los fines de reunir a los “panfleteros” en un mismo lugar, daba igual. Puesto que Fellito no llegó por su cuenta, según dijeron las malas lenguas, sino que lo llevaron a la brava como a los demás. Y de muy mala manera. Transcurría el quinto día de redada, es decir, veintiuno de enero, fiesta de la Altagracia.
Para esa fecha, tanto los interrogatorios como las torturas habían pasado de moda. La imaginación perversa del exquisito pintor impresionista Ernesto Scott, veterano nazi de la segunda guerra y refinado creador mercenario de insustituibles métodos para arrancar confesiones, al servicio de la dictadura, se hallaba agotada por uso extremo. Guillén, el cocinero-torturador, con su cuchillo boto, se aburría mondando salchichón y guineos verdes en su área de trabajo habitual, en lugar de divertirse cercenando cojones en la sala de extorsión.
Wen había instruido a los suyos, terminantemente, frente al escritorio del doctor Faustino Pérez, que no quería más prisioneros. Esto lo decidió luego de la diarrea de nombres recitados por Charlie a manera de mea culpa, y de la retahíla de apellidos sonoros que vomitó Pipe como contra-estrategia personal improvisada de última hora. Tanto Pipe como Charlie, cada quien por su lado, demostraron tener la razón, pues las cárceles se inundaron y rebosaron de cuerpos desnudos en la misma proporción al desbordamiento de combatientes que, varios años después, aparecieron espontáneamente para enfrentar el invasor en los tiempos de la guerra civil.
Los organismos de seguridad, los institutos castrenses, los asesores civiles y hasta el propio Jefe del Estado, a partir de ese momento, revisaron por completo el total de la delicada situación.
Cuando Fellito llegó, o mejor dicho, cuando lo hicieron llegar, “le entraron como a la conga”. Tanto Candito como el “Big-leaguer” tenían varias horas en receso y estaban ávidos de carne fresca. El capitán Minervino hervía por igual en ciertos apetitos enrevesados y agarró una verga de toro. El mayor Torres se avió con el chucho plástico y el sargento Espinal optó por utilizar su siempre preferido látigo de alambres eléctricos trenzados.
-¿Por qué se puso a regar esos volantes contra el Jefe? Por comunista, ¿verdad?
-Pa’ ganaime la vida, señoi. A mí me dién dó peso pa’ repartí eso papele.
-Oye lo que dice el maldito. ¡Jablador! ‘Tá bueno de matarlo. ¡Tóma, coño, tóma!...pa’ que no sea mentiroso. Eso e’, “Biligue”, dale duro, pa’ que sienta.
-Pué sí, señoi, a mí me dién dó… ¡Ay!
-Toma, buen pendejo, pa’ que aprendas a decir la verdad.
-Ay coño, le digo que fuén dó peso que me dién.
-Coje dos pesos ahí, cabrón. Uté sabía muy bien lo que eso panfleto decían e contra del Jefe…
-¿En contra de quién? A mí no me dién eso.
-¿Qué tú quiere decir, mariconazo? Que tú no sabía lo que decían, eh, te ajorco ahora mimo.
-No señoi, epérese, no me vaya uté a matai, que e’ que yo soy analfabeto.
-¡Cómo! ¿Qué uté no sabe leer? A otro perro con ese güeso. Eso e’, Dante, a trompá limpia con ete sabichoso.
-Le juro, por mi madrecita, que yo no sé leei, señoi. De yo habei sabío lo que decían eso papele, yo no lo riego. Y mucho meno si hablaban mai de mi Jefe, la má grande que ha pisao eta tierra, dipué de Dió.
Co tal vehemencia defendió Fellito su protesta de ignorancia, con tales gestos de verosimilitud, que ya nadie de los presentes en el garaje convertido en antro de torturas, ni torturadores, dudaron un momento de la sinceridad de su declaración. Porque faltaba Prud’homme, el Negrito.
Fue el mismo coronel Abbes García, en persona, quien dio la orden de interrumpir la tanda de golpes y latigazos, para interpelar este prisionero inusual, y presentándole ante sus ojos uno de los ya famosos panfletos, le preguntó finalmente:
-¿Y qué cree usted que dicen esos volantes? ¡Eh! ¿Qué es lo que dicen?
Entonces, el Analfabeto adoptó la actitud más humilde y natural que podría esperarse de un hombre que venía siendo maltratado de manera inmisericorde y amenazado de muerte, y con voz casi infantil, pero convincente, le respondió despacito:
-Bueno… a mí me dijién que “Jabón Hipano”.
Varios meses después (diluidos por el tiempo que todo lo devora, los episodios cavernarios que llevaron a tela de juicio las tan cacareadas “paz y tranquilidad” que durante seis continuos y largos lustros padeció la república), un grupo selecto de sobrevivientes aún disfrutaba de un fugaz remanso disipación en un rincón de una celda común en la penitenciaría “La Victoria”, retenidos en ilegal cautiverio por la tiranía. Entre chistes y fina ironía, se deleitaban en celebrar la infinidad de situaciones en el transcurso de los primeros días vertiginosos del develamiento del complot orquestado contra el sátrapa eterno.
Uno de los presentes ensombreció de pronto el ambiente al traer a colación el recuerdo del triste final que , colectivamente, en espantoso holocausto de sangre y muerte, recibió la pléyade de jóvenes valientes conocidos ya, a todo lo ancho y largo del territorio nacional, como “Panfleteros de Santiago”. Y se quejaba de la sombría paradoja que arrastró al sacrificio común a varios de estos imberbes, los que circunstancialmente se vieron envueltos en las actividades subversivas, totalmente inocentes del contenido, significación y consecuencias de sus riesgosas aventuras. Como en el caso específico del Analfabeto, un humilde artesano de pueblo, que ni siquiera supo lo que hizo para merecer una muerte tan horrenda, seguramente estrangulado a torniquete delante de sus compañeros, metido y amarrado en un saco de henequén y lanzado, como los demás, al pasto de los tiburones en aguas del Mar Caribe.
En esto, otro de los contertulios, separándose momentáneamente del resto, retornó arrastrando del brazo un compañero muy querido de todos por su temperamento campechano y jovial, cometiendo la indiscreción (dada la delicada situación vivida en todo el país por el estremecimiento que en su propia basamenta sufría la dictadura) de presentarlo ante el grupo, para que lo supieran de una vez por todas, que ese Fellito tan ameno, cooperador y buen amigo, no era otra persona sino el Analfabeto famoso de la 40. Y todos sin excepción, obviando riesgos futuros, volvieron al júbilo del principio y rieron a más o poder, cuando Fellito les dijo:
-Si no uso la filosofía, me joden.
viernes, 5 de febrero de 2010
EL ANALFABETO por Manuel Bueno
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